thinking about you

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De un momento a otro, sentí que tenía algo, que podía escribir. Llegué a mi casa, abrí el procesador de texto más eficaz y de antología que existe (cuaderno & lápiz) y ya no tenía nada. Casi podría decir que de la falta de inspiración surge el siguiente cuento (:

{Inspiración}
Heriberto era un hombre con el mal hábito de la escritura.
Si, por incredulidad o chisme, cien veces preguntases a sus amigos algún defecto de Heriberto, ciento seis veces te contestarían que, sin duda, la escribida.
Y no es que fuera así por mala fe, cuando uno nace escritor, qué se puede hacer. Pero también, habría que ponerse un poco del lado de quienes sufrían al escritor en cuestión.
Por mencionar alguna desavenencia, podría contarte de la vez en que, en medio del funeral de su madre, a Heriberto le vino un momento de inspiración. Resultó que tomó el libro de asistencia y lo llenó hasta la última página con bosquejos de lo que parecía ser una novela policíaca.

O podría mencionar la ocasión en que Heriberto salió a una importante cena de negocios. Como siempre, al principio todo parecía ir bien, hasta que en un momento de inspiración comenzó a escribir textos en las servilletas, pues era lo único que tenía a mano.
-Y, dígame, Heriberto... – interrumpió el importante hombre de negocios, con cortesía -¿por qué rayos garabatea en las servilletas?
-Porque si escribo en el mantel, me lo cobran- contestó Heriberto, recordando un anterior episodio con un dejo de indignación.
-Entiendo- dijo el hombre de negocios, poniéndose de pie. Tomó un mondadientes y se fue.
Cuando le llevaron la cuenta, por primera vez desde que el restaurante abrió, le anexaban un cobro extra equivalente a los paquetes enteros de servilletas usadas.
-Hay que ver lo tacaños que son los establecimientos públicos hoy en día- pagó a regañadientes y se fue, con su thriller repartido entre seis o siete paquetes de servilletas.
Y anécdotas como estas, hay infinidad. Conflictos de mayor o de menor importancia, pero al fin y al cabo, conflictos.
Podríamos recordar la infancia de Heriberto, imagina qué problema para él cuando le venía un momento de inspiración en medio de un examen de matemáticas.
O en su primera cita; en su otra primera cita; en su otra primera cita.
Heriberto no era lo que se dice guapo. Pero tenía ese no-sé-qué de romántico, esa mirada inteligente de quien sabe pensar, esa sonrisa torcida cuando se le ocurría algo ingenioso. Habría triunfado con las chicas, si las chicas no le provocaran ataques de inspiración.
-Me gustas mucho- le dijo una señorita, en una de tantas primeras citas.
-Maribel, si pudiera expresar lo mucho que tú me…- y se detuvo, temblando ante la resistencia que estaba oponiendo a su ataque de inspiración.
-Que yo te, ¿qué?- susurró Maribel, ansiosamente enamorada.
-Que tú me gu…- se detuvo nuevamente, con un tic en el ojo y cara de que iba a vomitar –Tengo que irme- y, corriendo, se sacó de la mochila lápiz y papel, y escribió hasta que los pies y la inspiración no le dieron para más.
No se han visto líneas más románticas que aquellas que Maribel le inspiró a Heriberto en su juventud.

Por eso y más, con todo y todo, ella lo amaba. Lo amó desde ese día de inspiración en su primera cita; lo amó en el ataque de inspiración después de su primer beso; lo amó incluso en la ausencia por inspiración el día de su boda.
Heriberto pasó años intentando controlar su inspiración, por no defraudar a Maribel, pero estaba por llegarle una prueba definitiva. La primera vez que hicieran el amor, le atormentaba.
Y dicho y hecho. Amándose mutuamente, después de dos o tres bodas fallidas, estuvieron listos para consumar su matrimonio. Sería difícil de explicar la tremenda inspiración que ese momento le provocó a Heriberto. Con los ojos como platos y aguantando la respiración, intentó oponer resistencia, en vano. Tomó el bolígrafo de la mesita de noche y sobre la espalda de Maribel escribió sublimes versos de pasión y poesía erótica.
Y Maribel le amó.
A pesar de ser irremediablemente escritor, Heriberto era un buen hombre. Procuró siempre la felicidad de su mujer, de sus amigos, de sus vecinos, de los gatos de sus vecinos, de los vagos en la calle, (de todo lo que le provocara inspiración)…Y de sus hijos, cuando el tiempo y la inspiración le permitieron tenerlos. No hace falta decir que mientras Maribel daba a luz, Heriberto escribía una nueva saga de cuentos infantiles.
Con el paso de los años, a los hijos les siguieron los nietos. Y casi sin darse cuenta, Heriberto se había quedado sin momentos libres de inspiración. Adonde quiera que mirase, cualquier recuerdo, cualquier voz; todo terminaba plasmado en papel, en los muebles, en la pared o en la espalda de su mujer.

Más que nunca, se despertaba en medio de la noche a escribir. Sueño tras sueño, le provocaban una terrible inspiración, que se convirtió en un insomnio casi permanente.*

Heriberto entonces comprendió que no podría seguir así mucho tiempo. Los ataques le llegaban con mayor frecuencia y eran cada vez más fuertes, así que, en uno de ellos, aprovechó la inspiración para escribir su testamento.
Escribió cartas del tamaño de novelas para sus amigos más cercanos, a sus hijos les dejó enciclopedias; a su mujer, su más grande musa, le regaló una biblioteca.
Sus últimos días los habría pasado en el hospital, de no haber escrito en todas las sábanas, fundas, paredes, y hasta en una enfermera.
-Ni en el hospital tuvieron remedio para ti-le dijo sonriendo Maribel, y tomó su mano.
-Ni aun en mi lecho de muerte he podido dejar de pensar en ti- susurró mientras, con la mano libre, garabateaba su reciente novela romántica- la comida de hospital es idéntica a la tuya.
Heriberto escribió el punto final, respiró ruidosamente y murió, junto a la mujer que le acompañó hasta su última inspiración.

*Editado después de cierta buena recomendación (: